Es, desde la Edad Media, la calle más notable de la villa. A ella, como si de una espina de pez se tratase, vienen a dar todas las calles y callejas del casco urbano. En sus extremos se abrían las dos puertas más importantes de la cerca: la de Cimadevilla y la de San Andrés, la primera junto a la actual ermita de San Roque y la segunda próxima al templo parroquial de Nuestra Señora de la Plaza. Es, en esta calle, donde se conservan los ejemplos más representativos de su arquitectura culta, religiosa y civil, y que durante siglos vieron pasar riadas de peregrinos. Son casas y casonas, muchas de ellas barrocas, que blasonan sus fachadas con excelentes labras heráldicas, exponente fiel del orgullo de aquellas gentes que siempre supieron defender sus privilegios y que llevaron a decir al mayordomo del marqués de Villafranca en 1667: «en esta villa no se teme a la justicia y cada uno hace lo que se le antoja…»